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Escrito por: David Marchese
Una conversación inquisitiva, lúdica y provocadora con el monje budista Matthieu Ricard.
Matthieu Ricard es un monje budista ordenado y autor de libros de éxito internacional sobre el altruismo, los derechos de los animales, la felicidad y la sabiduría. Sus esfuerzos humanitarios llevaron a que Francia, su tierra natal, le otorgara la Orden Nacional del Mérito. (La residencia principal de Ricard es un monasterio nepalí). Fue el intérprete de francés del dalái lama y tiene un doctorado en genética celular. A principios de la década de 2000, investigadores de la Universidad de Wisconsin descubrieron que el cerebro de Ricard producía ondas gamma —que se han relacionado con el aprendizaje, la atención y la memoria— a niveles tan pronunciados que los medios lo nombraron “el hombre más feliz del mundo”. También llegó tarde a nuestra cita por Zoom, y eso me estaba volviendo loco. ¿No recibió mi correo electrónico de confirmación? ¿Por qué no había enviado un correo electrónico para avisar que llegaba tarde? ¡Yo tenía plazos! ¡Plazos ajustados! ¡Mi agenda cuidadosamente planificada se estaba yendo al infierno! Bueno, todo salió bien, como iba a salir desde un principio. Claramente, tenía mucho que aprender sobre cómo domar la mente. “No debes desanimarte tan rápido”, dijo Ricard, cuyas memorias, Notebooks of a Wandering Monk, se publicaron este año. “No puedes convertirte en un experto tocando el piano ahora mismo. Estas habilidades toman tiempo”.
Pues sí. Claro que sí. Sabes, una vez estuve en el India Today Conclave*. Me dijeron: “¿Puedes darnos los tres secretos de la felicidad?”. Les dije: “Primero, no hay ningún secreto. En segundo lugar, no hay solo tres puntos. Tercero, lleva toda una vida conseguirla, pero es lo más valioso que puedes hacer”. Estoy feliz de sentir que voy por buen camino. No puedo imaginar sentir odio o querer que alguien sufra.
*Un evento anual similar a TED que se lleva a cabo en India y que reúne a los principales pensadores de una variedad de campos.
Una vez, hace mucho tiempo, alguien me preguntó, ¿quién es la persona con la que te gustaría pasar 24 horas a solas? Dije que Sadam Husein. Dije: “Tal vez, tal vez, algún pequeño cambio en él podría ser posible”. Cuando hablamos de compasión, quieres que todos encuentren la felicidad. Sin excepción. No puedes simplemente hacer eso por aquellos que son buenos contigo o cercanos a ti. Tiene que ser universal. Puedes decir que Putin y Bashar al Assad son la escoria de la humanidad, y con razón. Pero la compasión se trata de remediar el sufrimiento y su causa. ¿Cómo luciría eso? Puedes desear que se cambie el sistema que permitió que alguien así surgiera. A veces visualizo a Donald Trump yendo a hospitales, cuidando personas, llevando migrantes a su casa. Puedes desear que la crueldad, la indiferencia, la codicia desaparezcan de la mente de estas personas. Eso es compasión; eso es ser imparcial.
Porque es diferente a un juicio moral. No te impide decir que algunas personas son unos psicópatas andantes, que no tienen corazón. Pero la compasión es remediar el sufrimiento dondequiera que esté, cualquiera que sea su forma y en quienquiera que lo provoque. Entonces, ¿cuál es el objeto de la compasión aquí? Es el odio y la persona bajo su poder. Si alguien te golpea con un palo, no te enojas con el palo, te enojas con la persona. Estas personas de las que estamos hablando son como palos en manos de la ignorancia y el odio. Podemos juzgar los actos de una persona en un momento determinado, pero la compasión es desear que el aspecto presente del sufrimiento y las causas del sufrimiento puedan ser remediados.
Bueno, discutimos mucho en esas reuniones con el dalái lama en la época de Kosovo, eso que llamamos violencia “quirúrgica”*. Pero el problema es si desencadena una reacción en cadena, lo que lleva a una escalada de ambos lados. Además, si el barril está malo, todas las manzanas se pudren, por lo que el sistema tiene que cambiar. Puedes ver eso con esta profunda división ahora en Estados Unidos basada en la ignorancia. El delirio es una causa de sufrimiento. Si pudieras deshacerte de eso, se aliviaría el sufrimiento en muchas formas.
*Los “ataques quirúrgicos” son ataques militares destinados a limitar el daño a los objetivos de los oponentes con un daño colateral mínimo. En 1999, la OTAN desplegó fuerzas aéreas en apoyo de Kosovo en su guerra con Serbia.
Es una gran broma. No podemos saber el nivel de felicidad a través de la neurociencia. Es un buen título para que lo usen los periodistas, pero no puedo deshacerme de él. Tal vez en mi tumba dirá: “Aquí yace la persona más feliz del mundo”. De todos modos, disfruto cada momento de la vida, pero, por supuesto, hay momentos de extrema tristeza, especialmente cuando ves tanto sufrimiento. Pero esto debería encender tu compasión, y si enciende tu compasión, te diriges a una forma de ser más fuerte, saludable y significativa. Eso es lo que yo llamo felicidad. No es como si todo el tiempo estuvieras saltando de alegría. La felicidad es más como tu centro, donde tocas base. Es a donde llegas después de los altibajos, las alegrías y las tristezas. Percibimos aún más intensamente lo que sucede —mal sabor de boca, ver sufrir a alguien— pero mantenemos este sentido de la profundidad. Eso es lo que aporta la meditación.
No tiene sentido. Podemos sentirnos tristes si vemos sufrimiento, pero la tristeza no va en contra de una profunda sensación de eudaimonía*, de plenitud, porque la tristeza va con la compasión, la tristeza va con la determinación de remediar la causa. La desesperanza: estás en el fondo del agujero, no hay salida. Eso es fatalismo. Pero el sufrimiento proviene de causas y condiciones. Esas son impermanentes, y la impermanencia es lo que permite el cambio.
*Palabra griega utilizada por Aristóteles para describir la felicidad que alcanzan las personas que basan sus acciones en la razón y la moralidad. Un erudito ha establecido paralelismos entre la eudaimonía y el concepto budista del nirvana.
Las emociones son como cualquier otra característica de nuestro paisaje mental: pueden cambiar. Podemos familiarizarnos con su proceso; podemos detectarlas a tiempo. Es como cuando ves a un carterista en una habitación: ajá, ten cuidado. Dos mil quinientos años de ciencia contemplativa* y 40 años de neuroplasticidad: todo te dice que podemos cambiar. No naciste sabiendo escribir tus columnas. Sabes que es el fruto de tus esfuerzos. Entonces, ¿por qué las principales cualidades humanas estarían grabadas en piedra desde el principio? Eso sería una excepción total a todas las demás habilidades que tenemos. Por eso me gusta la idea de Richard Davidson** que la felicidad es una habilidad. Puede ser más profunda, estar más presente en tu paisaje mental. Lidiamos con nuestra mente desde la mañana hasta la noche, pero dedicamos muy poca atención a mejorar la forma en que traducimos las circunstancias externas, buenas o malas, en felicidad o miseria. ¡Y es crucial, porque eso es lo que determina nuestra experiencia diaria del mundo!
*Es decir, la práctica del budismo, que surgió entre finales del siglo VI y principios del siglo IV a. C.
**Un profesor de psicología y psiquiatría en la Universidad de Wisconsin. Dirigió los estudios sobre los efectos de la meditación en el cerebro que ayudaron a hacer famoso a Ricard.
Cuando estás en ese momento de amor incondicional —digamos, por un niño—, esa sensación llena nuestra mente durante 30 segundos, tal vez un minuto, y luego, de repente, desaparece. Todos hemos experimentado eso. La única diferencia ahora es cultivar esa sensación de alguna manera. Haz que se quede un poco más. Trate de estar en silencio con ese sentimiento durante 10 minutos, 20 minutos. Si desaparece, trata de traerlo de vuelta. Dale vitalidad y presencia. De eso se trata exactamente la meditación. Si haces eso durante 20 minutos al día, incluso durante tres semanas, provocará un cambio.
¿Quién altera tus nervios en el monasterio? ¿Mis nervios? Una vez en Nueva York, cuando estaba promocionando uno de mis libros, una periodista muy simpática me dijo: “¿Qué es lo que realmente te altera los nervios cuando llegas a Nueva York?”. Le dije: “¿Por qué supones que algo me está molestando?”. No se trata de que algo te ponga nervioso. Se trata de tratar de ver la mejor manera de proceder. Paul Ekman* una vez me pidió que recordara una ocasión en la que me enojé mucho. Tuve que retroceder 20 años: tenía una computadora portátil nueva, la primera, en Bután, y el monje que no sabía qué era, pasaba con un tazón lleno de harina de cebada tostada y derramó un poco sobre ella. Así que me enojé, y luego él me miró y dijo: “¡Ja, ja, te estás enojando!”. Eso fue todo. Siento indignación todo el tiempo por cosas que se deben remediar. La indignación está relacionada con la compasión. La ira puede provenir de la malevolencia.
*Profesor emérito de psicología en la Universidad de California en San Francisco, conocido por su trabajo sobre las expresiones faciales y las emociones. También es coautor, con el dalái lama, del libro Sabiduria emocional.
Si pueden, en la medida de lo posible, cultivar esa cualidad del calor humano, deseando genuinamente que los demás sean felices; esa es la mejor manera de satisfacer su propia felicidad. Este es también el estado mental más gratificante. Esos tipos que creen en el egoísmo y dicen: “haces todo lo que haces porque te sientes bien al respecto”, ese argumento es tan ridículo. Si ayudas a los demás, pero no te importa un pepino, ¡entonces no sentirás nada! Querer separar hacer algo por los demás de sentirse bien uno mismo es como tratar de hacer una llama arder con luz pero sin calor. Si intentamos con humildad, con algo de felicidad, aumentar nuestra benevolencia, esa será la mejor manera de tener una buena vida. Ese es el mejor consejo modesto que podría dar.
Recuerdo que salí de un retiro de un año para cuidar a mi padre*. Al mismo tiempo estaba interpretando para el dalái lama en Bruselas. Entonces le dije: “Voy a volver al retiro. ¿Cuál es tu consejo?”. Él dijo: “Al principio, medita sobre la compasión; en el medio, medita sobre la compasión; al final, medita sobre la compasión”.
*El padre de Ricard fue el filósofo y escritor Jean-François Revel. Padre e hijo colaboraron en el libro de 1997 El monje y el filósofo, que consistió en un diálogo entre los dos sobre varios temas filosóficos, espirituales y políticos.
Sí.
Camino en el bosque. Intento contar 10.000 pasos para estar sano a los 77 años. Ya no hago muchas entrevistas, pero cuando las hago, normalmente no me pongo esto, porque lo primero que dicen las personas es: “¿Por qué tienes un Apple Watch?”.
¿Tú?
¡Acepto eso! Si hubieras dicho: “Oh, todo eso es basura”, ya sabes, una vez hubo un periodista francés, muy cínico, y me dijo: “Esto de convertirse en una mejor persona y todo eso, esta es la política de lo inútil”. No sé a qué se refería. Pero lo que dije fue: “Mi querido amigo, si realmente estoy tratando de convertirme en una mejor persona y hacer un poco de bien, si esa es la política de lo inútil, estoy feliz de pasar toda mi vida en la política de lo inútil”.
Ilustración de apertura: fotografía original de Raphaële Demandre
Esta entrevista ha sido editada y condensada para mayor claridad a partir de dos conversaciones.
David Marchese es redactor de la revista de The New York Times y columnista de Talk. Recientemente ha entrevistado a Emma Chamberlain sobre su salida de YouTube, a Walter Mosley sobre unos Estados Unidos más tontos y a Cal Newport sobre una nueva forma de trabajar.
Escrito por:
Por. David Marchese
Noticia original: https://www.nytimes.com/es/2023/12/30/espanol/reglas-felicidad-monje-budista.html